(Articulo original generado por: La Vanguardia)
Javier Santos, responsable de la investigación por la parte gastrointestinal, y Josep Antoni Ramos-Quiroga.
Las unidades de enfermedades gástricas y de psiquiatría del hospital de Vall d’Hebron lideran un macroestudio europeo que pretende entender la compleja relación entre un trastorno intestinal, el llamado colon irritable, y algunas enfermedades mentales, como la depresión y la ansiedad, así como la fatiga crónica y la fibromialgia. Porque una buena parte de quienes tienen colon irritable hasta el 44%, tienen todo lo otro también.
El estudio del eje cerebro-intestino, en el que participarán unos 1.200 personas entre pacientes con distintos tipos de afectación y voluntarios sanos, es un proyecto público europeo que cuenta con 6 millones de financiación comunitaria. “Probablemente el mayor esfuerzo europeo en una afección que no mata pero que disminuye drásticamente la calidad de vida”, señalan Javier Santos, responsable de la investigación por la parte gastrointestinal, y José Antonio Ramos-Quiroga, responsable de psiquiatría del hospital.
En el proyecto europeo intestino-cerebro participarán 1.200 personas entre pacientes y voluntarios. Buscarán biomarcadores para saber por qué casi la mitad de los que tienen trastorno intestinal también sufren depresión o ansiedad y hasta un 32% alguna otra dolencia como la fibromialgia. Intentarán construir entre todos los equipos unas guías clínicas para diagnosticar antes y atender del mismo modo, y abandonar los despectivos “eso está en tu cabeza”, que tantos pacientes escuchan cuando consultan por su dolor continuo, su hinchazón, sus diarreas o sus estreñimientos.
Predominan las mujeres (dos a uno) y suele aparecer, entre los 20 y los 45 años. “Yo empecé con 28 y no pude seguir trabajando, porque o estaba de baja o me pasaba el día con problemas digestivos. He probado de todo. Me he pasado años de hospital en hospital, en clínicas privadas, en medicina natural, inyectándome por todo el cuerpo soluciones que no me mejoraban en absoluto y con una gran carpeta de pruebas y pruebas”, resume Judith Pardo, 41 años. En Vall d’Hebron le ha cambiado drásticamente la atención. Pero su enfermedad sigue, con 15 pastillas diarias.
“Contamos con varios tratamientos cada vez más específicos, pero son caros y no todos están en la cartera de la sanidad pública”, aclara Javier Santos. “Pero podemos dar un tratamiento integral, endocrino, inmunitario y psiquiátrico y todos sabiendo de qué va”.
La mayor parte de los estudios que han analizado la relación entre intestino y cerebro se han hecho en animales, “pero en humanos hay muy poca cosa. Necesitamos dar este paso para saber de verdad qué ocurre”, señala Ramos-Quiroga”.
En esta dolencia compleja y que genera poca simpatía interviene el sistema inmunitario, la permeabilidad de las paredes intestinales, las sustancias que pasan y no deberían, las bacterias presentes y ausentes, la afectación neurológica del intestino y del cerebro y sus semejanzas, el uso de antibióticos, la genética… “Hay mucho por saber: afecta a 83 millones de europeos y su asociación con la depresión acorta la vida 15 años”.
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