El trasplante fecal es el procedimiento más eficaz para tratar las diarreas provocadas por la bacteria ‘Clostridium difficile’.
Rosa del Campo, Microbióloga del Instituto Ramón y Cajal de Investigación Sanitaria, en su laboratorio.
Comer heces es un plato de buen gusto para muchas especies animales. No solo las moscas ingieren excrementos; también lo hacen elefantes, pandas, vacas, gorilas, ratas, conejos, perros, iguanas, escarabajos enterradores y cucarachas. Tiene su razón de ser: las bacterias intestinales presentes en una deposición ayudan a hacer la digestión y refuerzan el sistema inmunitario. Estas criaturas se solazan con la inmundicia y merecen el nombre de coprófagos. A su manera, la medicina los imita, sorteando el aspecto más repulsivo. Los sistemas sanitarios han encontrado en el trasplante de heces de una persona sana a otra enferma un eficacísimo procedimiento para curar las diarreas persistentes.
Es relativamente fácil que las personas mayores se infecten en los hospitales con la bacteria ‘Clostridium difficile’, un microorganismo rebelde muy resistente a los antibióticos. Cuando la microbiota, ese conjunto de bacterias, hongos, virus, y arqueas que residen en el cuerpo humano, llega al intestino del paciente, este solo necesita un día para recuperarse después de repetidas evacuaciones. En muchos casos, estas deyecciones tan pertinaces conducían al enfermo de modo inexorable a la muerte.
Victoria Pérez salvó la vida gracias a un trasplante de heces.
Victoria Pérez Robles, de 85 años, puede contar su caso gracias a que su nieto, entonces con 20, donó heces para transferir a su abuela. Ingresó hace cuatro años en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid aquejada de una fiebre muy alta causada por una infección de orina. «Me dieron el alta, pero tuve que volver a ingresar porque las diarreas y los dolores se reprodujeron. Iba 15 o 16 veces al baño al día y llegué a adelgazar once kilos. Me hicieron pruebas y tenía la ‘C. difficile’».
La anciana estuvo postrada en la cama y aislada en una habitación durante tres meses. Los gastroenterólogos e infectólogos no sabían muy bien cómo abordar su caso; le administraron antibióticos, pero ninguno surtió efecto, incluido uno cuyo tratamiento completo costaba dos mil euros. «Estás tomando oro», me decían. Victoria había desarrollado resistencias a los antibióticos por el uso abusivo que había hecho de ellos a lo largo de su vida a causa de afecciones urinarias que afloraban cada quince días, desde que tuvo su segundo hijo. Como último recurso, probaron a hacerle un trasplante de heces mediante una colonoscopia. Era la segunda persona que se sometía al procedimiento en el centro sanitario madrileño. «Me lo hicieron el 30 de agosto de 2015, y el 1 de septiembre ya estaba en mi casa. Desde entonces no he sufrido ninguna infección de orina, voy al baño como nunca y no he vuelto a tener diarreas». Gracias al trasplante de microbiota fecal (TMF), Victoria pudo librarse además de la bacteria que provocaba sus frecuentes infecciones urinarias.
Lo verdaderamente importante es que esta misma técnica de transferencia de heces puede ser eficaz para tratar afecciones muy diversas, desde la obesidad hasta el síndrome del intestino irritable, pasando por enfermedades autoinmunes, depresiones y autismo. Aún hay que seguir investigando, porque por ahora se carece de la suficiente evidencia científica. Con todo, según Rosa del Campo, microbióloga del Instituto Ramón y Cajal de Investigación Sanitaria de Madrid, está acreditado que hay una conexión entre el intestino y el cerebro. «Los metabolitos de las bacterias pueden tener actividad neurotransmisora. Es algo bastante demostrado en la comunidad científica. Todo el mundo sabe que en ocasiones, cuando estás nervioso, tienes diarrea», asegura la experta.
El TMF es un procedimiento sencillo, barato y casi artesanal. Apenas cuesta cien euros, los que exige la limpieza del colonoscopio. «Previamente se entrevista a los candidatos, hijos, nietos…, pues entre los convivientes siempre hay un cruce de bacterias, circunstancia que se aprovecha para recuperar la microbiota original del paciente. Para su aplicación se necesitan entre 50 y 100 gramos de heces de un familiar. La materia fecal se mezcla con medio litro de agua y a continuación el preparado se deshace mediante una centrifugación con el fin de evitar que el colonoscopio se atasque», detalla la investigadora.
La evidencia científica ha demostrado que el trasplante fecal despliega una eficacia del 80%, porcentaje que sube al 94% si se practica una reinfusión. La infección por ‘Clostridium difficile’ es un problema importante en el ámbito hospitalario, dado que alcanza una prevalencia de 4 casos por cada 10.000 pacientes diarios o de tres episodios por cada 1.000 ingresos. La enfermedad tiende a crecer debido al envejecimiento de la población, un factor que acarrea un incremento de las estancias hospitalarias y, con ello, una mayor probabilidad de toparse con la bacteria. «Pronto haremos cápsulas, ya que la colonoscopia es perjudicial en pacientes con intestino inflamado, además de que los enfermos suelen ser gente muy mayor», explica Del Campo.
Irene Santos no tenía ni mucho menos una edad avanzada cuando padeció el ataque de la ‘C. difficile’. De hecho, no había cumplido aún los cuarenta años cuando su cerebro se quedó sin oxígeno debido a una malformación en el sistema vascular. Trabajaba como médica adjunta en el Hospital La Paz de Madrid y sufrió un colapso, producto de una fístula arteriovenosa; es decir, sus arterias estaban conectadas a las venas, de modo que las primeras soportaban el aporte de CO2. Después del trance, sufrió una infección pulmonar mientras permanecía internada en un centro sanitario, donde adquirió la ‘C. difficile’, procedente de una cepa muy rara. Su debilitado sistema inmunitario la hacía especialmente vulnerable al asedio de patógenos.
Sobrevinieron entonces las diarreas recurrentes y fue atendida en el Ramón y Cajal para que le practicaran un trasplante fecal. La administración de más antibióticos era inviable porque todos los tratamientos habían fracasado. La madre de Santos, Celia Gómez, hace de portavoz de su hija, dado que el daño cerebral le ocasiona a la enferma muchas dificultades para hablar. «Me asustó mucho escuchar la palabra ‘trasplante’, me sonaba como a trasplante de riñón. Su padre fue el donante de microbiota fecal. Yo fui descartada, quizá porque tomaba omeprazol. Al día siguiente de la colonoscopia, estaba restablecida».
Irene Santos, con lesión cerebral.
Pese al éxito del TMF, los contratiempos continúan a causa de la lesión cerebral. «Mi hija no se puede poner de pie, sus manos están algo atrofiadas, aunque puede manejar un poco el ordenador. Lleva una rehabilitación muy intensa y, desde un punto de vista cognitivo, está bien. Vamos tirando; todo es soltar dinero, porque las terapias se procuran en centros privados», señala Gómez.
En estricto sentido, el sintagma ‘trasplante de heces’ es incorrecto, de manera que debería reemplazarse el primer término por el más adecuado de ‘transferencia’. Sin embargo, el vocablo ‘trasplante’ ha hecho fortuna y ya no hay modo de sustituirlo. Por añadidura, las heces no son un tejido y, en consecuencia, quedan fuera de las competencias de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT).
El divulgador científico Ed Yong, autor del libro ‘Yo contengo multitudes’ (Editorial Debate) y artífice de que los microbios hayan empezado a ser vistos de otra manera, defiende la validez de la palabra. A su entender, el TMF «es el trasplante de un ecosistema, un intento de reparar una comunidad inestable reemplazándola completamente, algo parecido a restaurar un césped invadido por diente de león». El cuerpo humano alberga billones de microbios que configuran todo un mundo en simbiosis con su entorno. Son tan abundantes como microscópicos. Un millón de ellos podría deambular por la cabeza de un alfiler. Si todo este sinfín de microorganismos se agrupara, arrojarían un peso en la báscula de dos kilos.
La comunidad científica está asombrada por el potencial terapéutico de las bacterias benignas. Tanto es así, que la Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios (AEMPS) está dispuesta a regular la terapia y conceder el rango de medicamento al trasplante de heces, al menos, para erradicar la ‘Clostridium difficile‘, como ha hecho su homóloga en Estados Unidos, la FDA. En puridad, dar categoría de fármaco a la materia fecal sería un contrasentido, porque la elaboración de un medicamento requiere una producción fija, cosa que es imposible con el TMF. «La AEMPS nos ha llamado a los hospitales porque quiere regularlo. Lo que se persigue es que no se realice en cualquier sitio», aclara Del Campo.
A la vista de la sencillez de la técnica, algunos temerarios se han hecho ellos mismos sus propios trasplantes fuera del laboratorio, algo muy peligroso porque el proceso requiere la detección de patógenos. De no hacerse así, se corre el riesgo de contraer infecciones graves. Antes de preparar la muestra, es indispensable seleccionar las heces para que no contengan patógenos como el virus de la hepatitis C o el VIH. No en balde, ya de primeras, están vetados para ser donantes el personal sanitario, dada su exposición constante a gérmenes; usuarios de sustancias inyectables; gentes con historial de cáncer de colon y enfermedades autoinmunes; alérgicos y asmáticos.
Placas en las que se analiza la microbiota fecal.
Lo malo del TMF es que no se conocen bien los efectos adversos a largo plazo. El Ramón y Cajal, el pionero en la implementación de la terapia, hizo el primer trasplante en 2015. «Recientemente hemos conocido la primera muerte en Estados Unidos de una persona que recibió este tratamiento por infección de ‘Clostridium difficile’ y que presentaba una bacteria multirresistente a los antibióticos», advierte Rosa del Campo. Pese a que es obligatorio comprobar la ausencia de este tipo de microorganismos para validar a los donantes, parece que no todo el mundo lo hace.
La omnipresencia en nuestra dieta de alimentos procesados está diezmando la diversidad de nuestros microbios. De los estudios que se han efectuado de heces fosilizadas se desprende que la gente de la época preindustrial poseía una microbiota intestinal mucho más rica que la del hombre del siglo XXI. Es lo que tiene comer plantas y raíces. Los antiguos no degustaban tantos platos suculentos, pero su arsenal de recursos metabólicos para digerir la comida era mucho más heterogéneo.
Créditos: ANTONIO PANIAGUA Fotos: Virginia Carrasco
Articulo Original: https://www.lasprovincias.es/sociedad/ciencia/benditos-microbios-20190711200720-nt.html?fbclid=IwAR0e-YOl9s2Im1e_J6DPE-MzVgxD579P_GTssh50DUB-WUtN4xVvp8UtngE
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